En República Dominicana hay un rincón que parece tenerlo todo y donde la calma y la privacidad reinan supremas. Ese paraíso de aguas diáfanas, vasta vegetación, arena blanca y mansiones de ensueño se llama Punta Cana. Hasta allí hemos llegado para verla por primera vez y rápidamente nos hemos dado cuenta de que no basta sino una breve ojeada para saber que volveremos.
Y es que, la historia de este lugar empieza a contarse desde que uno aterriza. El aeropuerto de Punta Cana, aunque hoy día moderno y funcional, guarda en su esencia las huellas de su origen humilde. Fue a principios de los años 80 cuando el arquitecto Oscar Imbert lo concibió, sin mucho presupuesto, con la rusticidad de lo que la tierra les ofrecía: palos, piedras y palmas de cana. Solo la discreta torre de control fue erigida en concreto, mientras el resto del aeropuerto susurraba los comienzos de un paraíso en construcción.